El valor afectivo de los libros impresos

Young girl reading a book, Central Circulating Library at College and St. George Streets, Toronto, Ontario / Une jeune fille lit un livre. Bibliothèque centrale de prêt à l'intersection des rues College et Saint-George, Toronto (Ontario)

Foto: BiblioArchives / LibraryArchives

En alguna ocasión hemos hablado de las ventajas de los libros electrónicos sobre los impresos, y también sobre quienes demonizan sin más los primeros y se oponen a cualquier avance que ponga en peligro el statu quo en el que tan cómodamente se hallan instalados.

Pero no por ello estamos en contra de los libros impresos. Todo lo contrario. Somos lectores y bibliófilos, y pocos objetos poseen la carga emocional que puede tener un volumen regalado, prestado o compartido, con o sin dedicatoria, con o sin notas de alguien querido.

Eso es algo que el columnista del New York Times Nick Bilton, autor de Disruptions, una sección semanal sobre tecnología, aprendió tras la muerte de su madre. Durante años habló con ella sobre las ventajas que ebooks, Kindles e iPads tienen sobre los pesados volúmenes de papel. Ella, que compartió con él innumerables horas al abrigo de las páginas de muchos de esos volúmenes, seguía regalándole libros todas las navidades, en todos sus cumpleaños. Y siempre con dedicatorias del tipo:

“Dear Nick. Never live without beautiful books. Love Mum”.

Pero hace unos años, cuando Bilton se mudó y decidió dejar atrás todos sus libros, comenzaron las discusiones entre ellos.

“What the hell is wrong with you?” she scolded me over the phone. “I didn’t raise you to read on a bloody screen”.

Él intentó convertirla al mundo de lo digital, pero ella, incorruptible, siguió regando de papel sus navidades y sus cumpleaños. Tras la muerte de su madre, en la lectura del testamento, le golpeó la noticia de que había decidido legar su colección de miles de libros a su hermana mayor, no a él. Lo entendió, dadas sus discusiones en los últimos tiempos, pero no le gustó. No quería el Kindle de su madre, ni sus archivos. Quería sus libros, con sus anotaciones, con sus dedicatorias. Hasta entonces, dice en el artículo, no había comprendido el valor que tenían los libros de su madre:

“I want her physical books. I want to be able to smell the paper, to see her handwriting inside, to know that she flipped those pages and that a piece of her lives on through them”.

Como quedó claro en la lectura del testamento, hacía tiempo que la fallecida había aceptado que nunca convencería a su hijo para que diese su brazo a torcer. Por eso, poco antes de morir, y sabiendo que no conocería al nieto que venía en camino, le dejó una dedicatoria en su libro favorito, Alicia en el País de las Maravillas, en la que ya no hablaba de libros, sino de palabras.

“May your life be filled with beautiful words. Love Grandma”.

Bilton termina diciendo que si, esté donde esté ahora su madre, puede ver la habitación de su nieto, seguro que le complacerá comprobar que la copia de Alicia sigue ahí, junto a algunos de sus viejos libros y una colección de títulos nuevos que va creciendo.

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