‘Moriría por ti’, Scott Fitzgerald más allá del glamur

por Antonio Ruiz García (Twitter / Goodreads)

F. Scott Fitzgerald dedicó buena parte de su demasiado corta vida a crear iconos que no solo marcaron un punto de inflexión en la calidad literaria sino que, también, definieron una época y una forma de vida con una escritura elegante, precisa y rotunda. Obras como A este lado del paraíso o El gran Gatsby fueron a un tiempo forjadoras de una mitología de la cultura norteamericana y también de una fama temprana y merecida, pero también inestable y peligrosa para el autor nacido en Minnesota, algo patente en la decadencia y deterioro que padeció hasta su fallecimiento en Hollywood con tan sólo 44 años.

El mismo estilo que le llevó a la cumbre fue el que hizo que los editores se mostraran reacios a publicar cualquier cosa que se saliera del canon construido por el propio Fitzgerald, lo que redundó en que buena parte de sus creaciones cayera en un relativo olvido del que, despacio y con cuentagotas, están saliendo. Es el caso de los 18 relatos, tres de ellos guiones cinematográficos completos, contenidos en este Moriría por ti y otros cuentos perdidos, volumen editado por Anne Margaret Daniel, encargada del archivo del autor en la Universidad de Princeton, y publicado en España por Anagrama que sigue la estela de otros recopilatorios de documentos menos conocidos pero también más personales del escritor como Cartas a mi hija (Alpha Decay, 2013) o Mi ciudad perdida. Ensayos autobiográficos (Zut Ediciones, 2011).

Las historias que nos encontramos en Moriría por ti, escritas por Scott Fitzgerald en la mitad de la década de los 30, sufrieron el rechazo de los editores y, desde cierto punto de vista, también el del autor, que optó por no publicar su obra con las modificaciones impuestas por las editoriales, a pesar de encontrarse en una época personal marcada por el alcoholismo y la tuberculosis, la dura enfermedad mental de su esposa Zelda y la necesidad económica que le forzaron a escribir para Hollywood (prostituido según sus propias palabras).

“Sé lo que se espera de mí, pero en este sentido el pozo está bien seco y creo que es más inteligente por mi parte no intentar exprimirlo, sino abrir un pozo nuevo, una nueva veta”, escribe entre la amargura y la esperanza en el relato que da título al libro.

Todo esto, sin duda, influyó en el estilo y la temática de las piezas: el suicidio, la enfermedad, el drama de la soledad, la Gran Depresión, los fracasos matrimoniales y el divorcio, embarazos no deseados, personajes en situaciones oscuras inmersos en un profundo fracaso personal y sin futuro, como el del propio Fitzgerald, que poco tenía que ver con el glamur de los locos años 20 que él mismo modeló, vivió y sufrió hasta sus últimas y trágicas consecuencias. En definitiva, el fracaso del sueño americano que se presentaba idealizado en El Gran Gatsby y que encasilló editorialmente la obra de Fitzgerald.

A pesar de ser menos conocidos, los relatos cortos (firmó 180 a lo largo de su carrera) fueron los que ayudaron a Scott Fitzgerald a conseguir un endeble sustento económico que le permitió abordar obras más largas y ambiciosas como sus magistrales cuatro novelas, indica la editora Anne Margaret Daniel en la introducción de Moriría por ti, donde también destaca la capacidad para el humor y la ironía que, a pesar de todo, rezuman las páginas de un libro que nos descubre una nueva faceta del autor de Minnesota, más cercana a la realidad que vivía paralela a la purpurina, el desenfado y la desmesura del momento. “Cuando estaba trabajando en una novela, a menudo basada en ideas o personajes que había probado primero en cuentos cortos, le gustaba concentrarse solo en ella y consideraba que escribir las historias era una distracción”, precisa Daniel.  

En el volumen, organizado cronológicamente, nos encontramos historias como El pagaré, fechado en 1919, año de su irrupción estelar con Hermosos y malditos; en él ataca satíricamente al sector editorial que tanto le adoró y maltrató, dibujando a editores que únicamente buscan el beneficio económico en detrimento de cualquier atisbo de calidad. Este relato saltó a la actualidad literaria en 2012, cuando la Universidad de Yale lo adquirió por 156.000 euros. En marzo de 2017, la prestigiosa revista The New Yorker lo publicó en sus páginas.   

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F. Scott Fitzgerald y su esposa Zelda. Foto: Kenneth Melvin Wright / Minnesota Historical Society

En Pesadilla, otro de los relatos, Fitzgerald plasma su propia experiencia con los hospitales psiquiátricos, que conocía de primera mano debido a la enfermedad de Zelda, su esposa. El autor aprovecha la evidente oscuridad del tema para repasar su animadversión hacia los médicos y a este tipo de instituciones médicas poblando el sanatorio con empresarios que no deberían estar allí. Lo curioso de esta historia es que se encontró con el rechazo de los editores debido a “la escasez de demanda entre los lectores de descripciones de hospitales psiquiátricos”.

El resto de relatos de esta antología recorre temáticas tan dispares como la Guerra de Secesión, su conflicto personal con el Hollywood más chispeante y su industria o experiencias familiares y personales, dibujados por un Fitzgerald más oscuro y, quizás, más cercano a la realidad de su tiempo, un Fitzgerald que falleció luchando y perdiendo contra un sistema que se resistía a evolucionar y que le impidió introducir en su literatura la madurez con que la experiencia vital había formado su personalidad, ya alejada del glamur y de la era del jazz que nació de su pluma.

A pesar de que, por lógica, la recopilación es irregular, la calidad propia de Fitzgerald siempre se encuentra tras cada uno de los relatos, con su amor por un idioma que adapta a su evolución personal para hacerlo más directo y aún más preciso, como resalta la editora Anne Margaret Daniel: “[todos los relatos] muestran momentos hermosos y cosas interesantes sobre su escritura y su estilo. La delicadeza y precisión, las frases lapidarias y el elegante lenguaje que asociamos con la prosa del primer Fitzgerald se conservan en lo mejor de estos cuentos”, siempre capaz de encontrar un resquicio de luz a pesar de la oscuridad de lo que narra y de creer que había perdido su talento, como se puede leer en Gracias por la luz, última pieza de la antología, en una frase dirigida a Zelda: “Es curioso que desapareciera mi antiguo talento de cuentista. En parte se debió a que los tiempos cambiaron, los editores y directores de revistas cambiaron, aunque también hubo algo relacionado de algún modo contigo y conmigo: el final feliz”.

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