Murakami y el proceso creativo se citan en la segunda entrega de ‘La muerte del comendador’

Haruki Murakami dejó a su miríada de seguidores con el alma en un puño tras el abrupto final de la narración en la primera parte de La muerte del comendador, la historia que cuenta las diatribas creativas de un pintor de retratos cosmopolita inmerso en una crisis existencial, personal y profesional.

La misma crisis que le ha llevado a abandonar casi todo menos su arte en un proceso de reinvención que, en manos de Murakami, se transforma en una suerte de aventura de investigación casi policiaca que guía el periplo que sufre y vive el protagonista y narrador a partir del momento en que se enfrenta a una extraña y misteriosa pintura que evoca al Don Giovanni de Mozart. Con la obra, que precisamente da título al libro, se encuentra en la buhardilla de la casa en la que se ha refugiado, antiguo estudio de Tomohiko Amada, un pintor padre de un amigo otrora prestigioso y melómano clásico y jazzístico.

Haruki Murakami (Kioto, 1949) publicó La muerte del comendador (Libro 1) el pasado otoño, tras cinco años de relativo descanso, de la mano de Tusquets en su versión española, y llegó no exento de polémica; no en vano y, como recogimos en su momento, el libro fue tildado de «indecente» y censurado por las autoridades chinas por su alto contenido de sexo explícito y su lenguaje, para esas autoridades, demasiado «directo».

Ahora, 15 de enero, llega a las librerías su esperada continuación, en la que el autor nipón reanuda la historia casi sin solución de continuidad respecto al final de la primera parte: el retratista abandonado por su esposa adúltera busca una explicación al cuadro que ha encontrado mientras convive con una galería de personajes a cual más extraño y emprende la incierta búsqueda de Marie Akikawa, una atrayente muchacha desaparecida en oscuras circunstancias que está relacionada de algún modo con un vecino millonario, al estilo de El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, y que pasa por ser la modelo de su último retrato.

Las incógnitas tras el abrupto final de la primera entrega

Según mencionan desde la editorial, esta segunda entrega de La muerte del comendador acelera el ritmo de la narración hasta un «trepidante y esperado desenlace» para resolver las incógnitas planteadas por Murakami en el primer volumen, como lo ocurrido al autor del cuadro que encuentra en su refugio, quién es el hombre sin rostro protagonista de éste o dónde está la chica desaparecida. Un puzle que por el repentino final del primer tomo se antojaba confuso, sin mucho sentido y lleno de hilos sueltos, puede que de forma intencionada.

Todo esto con un lenguaje en apariencia sereno y sencillo, sin dejar de recurrir a los lugares comunes que marcan las narraciones del maestro japonés, como el dolor, la soledad, el escepticismo, la búsqueda de la identidad o la desesperación desde un estilo contundente y pleno de ese realismo mágico al que nos tiene acostumbrados, con su habilidad habitual para captar lo atípico e inesperado en la construcción de sus personajes, y sin faltar una buena dosis de música, en este caso clásica y de jazz sobre todo, sin olvidar el rock. Con estos mimbres, Murakami aborda una reflexión sobre el proceso mismo de la creación y su necesidad como parte de una filosofía de vida.

Eterno candidato al Nobel

Haruki Murakami completa con La muerte del comendador (Libros 1 y 2) su decimocuarta novela, género en el que ha producido títulos como Kafka en la orilla, After Dark, Sputnik, mi amor o 1Q84. Recién cumplidos los 70 años, a lo largo de su vida ha sido acreedor de numerosos premios como Noma, el Tanizaki, el Franz Kafka, el Hans Christian Andersen o la Orden de las Artes y las Letras en España, además de contar con un puesto permanente entre los candidatos al Premio Nobel de literatura, galardón que no se encuentra en el mejor de sus momentos de prestigio.

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