Reseña: ‘Todo un verano sin Facebook’, de Romain Puértolas
Por Susana C. Gómez
Un pequeño pueblo perdido en medio de un bosque entre las montañas, con 150 habitantes, 198 rotondas (para que los viajeros que lleguen allí por equivocación tengan fácil en todo momento dar media vuelta) y el nada apropiado nombre de Nueva York y una detective de homicidios, desterrada allí desde la Nueva York de verdad y casi tan estúpida como el Teniente Frank Drebin de Agárralo como puedas, son los dos ingredientes principales de Todo un verano sin Facebook (Grijalbo), la última novela de Romain Puértolas.
El escritor francés afincado en España, que antes de escritor fue inspector de policía, DJ y hasta limpiador de máquinas tragaperras, aspira a repetir el éxito de su novela más conocida, El increíble viaje del faquir que se quedó atrapado en un armario de Ikea, traducida a decenas de idiomas y que cuenta hasta con adaptación al cine.
En Todo un verano sin Facebook Puértolas sitúa la historia en ese pequeño pueblecito de Colorado al que ni siquiera llega internet (de ahí el título de la novela), donde muchos desconocen que exista otra Nueva York y que nunca han visto, al menos no en directo, a una persona negra. Agatha Crispies es la persona negra en cuestión, y también la incapaz policía de la que hablábamos más arriba. Además, es obesa (orgullosa, porque se pasa el día zampando donuts), posee un estilismo singular (y espantoso, y excesivo) y dirige el club de lectura de la comisaría de Nueva York, Colorado, que cuenta exactamente con un miembro: ella misma.
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La acción comienza con el primero de una serie de asesinatos que llevará a Crispies a trabajar con el machista y racista (casi todos los personajes lo son, de un modo u otro) sheriff McDonald y que se resolverá en la última página de la novela, con lo que el escritor francés busca homenajear a la gran Agatha Christie, cuyo nombre ya había utilizado para su protagonista.
Definida en algunas reseñas como “anti-novela negra”, es cierto que el quién lo hizo es un elemento secundario en esta novela, que intenta satirizar y burlarse de quienes menosprecian a las mujeres, a otras razas y a la otredad en general: lo distinto, lo extraño, lo de fuera, es malo por definición (por aquí los llamaríamos catetos). El problema es que la sátira es demasiado gruesa, la exageración tan desmesurada que no causa sonrisa ni reflexión y el humor desafortunado y con poca gracia.
La historia en sí puede resultar entretenida para pasar una tarde (pasando por alto las poco acertadas referencias literarias), pero los personajes que la protagonizan, estereotípicos, unidimensionales y con frecuencia estúpidos en extremo, pueden crispar a más de uno.
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