Taxis, mujeres-pájaro y música a través de un tabique

La Biblioteca Pública Infanta Elena de Sevilla acoge un encuentro
de Juan José Millás con sus lectores a propósito de su última novela,
‘Que nadie duerma’.

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Texto: Susana C. Gómez / Fotos y vídeo: Antonio Ruiz García

¿Cómo se construye una novela? Cada escritor respondería de forma diferente a esa pregunta, aunque algunos, como Juan José Millás, no sean capaces de hacerlo: “Mis novelas se van haciendo de modo misterioso”, no tienen nada que ver con el modo en que, por ejemplo, un “ingeniero construye un puente”. No hay planos, fórmulas, pruebas ni proyecto. Es posible que “lo que escribes hoy haya empezado a gestarse hace 40 años”.

Así lo explicó el escritor en la presentación de su último título, Que nadie duerma, en la Biblioteca Pública Infanta Elena, un acto en el que estuvo acompañado de Jesús Vigorra y que forma parte de una gira en la que el autor ha ido descubriendo cosas sobre su propia obra a medida que se sucedían las entrevistas y los encuentros con lectores que le preguntaban esto o aquello sobre el libro. “Cuando acabas una novela no tienes ni idea de lo que has hecho, es como si la hubiera escrito otro”, así que en las primeras entrevistas iba más o menos improvisando sobre la marcha, “construyendo un discurso”, una especie de novela sobre la novela que al final ha resultado “tener mucho sentido”.

Quienes conozcan el trabajo de Millás (Valencia, 1946) sabrán su debilidad por los dobles, las simetrías, los opuestos y las coincidencias, y en su opinión Que nadie duerma es el fruto de una afortunada serie de coincidencias, un conjunto de “materiales que han ido encajando de forma muy natural” hasta conformar una novela “para mí muy especial, porque ha sido muy liberadora; conquistar eso que llamamos ‘la voz propia’ es romper los corsés, y estamos llenos de ellos”. Uno de esos corsés tal vez sea la pregunta recurrente de por qué hay tantas protagonistas femeninas en sus novelas. El autor zanjó rápido la cuestión, explicando que es la intuición la que le dicta si a una historia le va mejor una mujer o un hombre y añadiendo que a las escritoras que firman novelas protagonizadas por hombres no se les suele preguntar sobre ello.

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¿Cuáles son esos elementos que han confluido en la creación de Que nadie duerma? Su propia madre y su fascinación por los taxis, mujeres a las que han cortado las alas, pájaros y música escuchada a través de un tabique. Y Turandot, claro.

A la madre de Millás “la volvían loca los taxis, un lujo que no le permitía su economía, pero le gustaba ir de vez en cuando al centro de Madrid en taxi (a veces me llevaba con ella) y aquello era una aventura. El placer del taxi, de pensar que éramos ricos, combinado con la angustia del taxímetro” que corría (“no hay placer que no esté contaminado de dolor, ni dolor que no esté contaminado de placer”).

El segundo elemento remite también a su infancia, a un momento en el que escuchó, en referencia a una tía lejana, que le “habían cortado las alas”, una frase hecha que aquel niño tomó literalmente y cuya imagen se le quedó grabada. Una especie de mujer-pájaro a la que privan de esas alas que también tiene una de las esculturas favoritas de Millás, la Victoria de Samotracia del Louvre, y también los pájaros, tercer elemento de esa estructura. Un tema sobre el que investigó hace unos años (inevitable acordarse aquí de Jonathan Franzen) y que le descubrió que algunos tienen “un cerebro muy complejo, que les permite usar herramientas y metaherramientas”. Y además los pájaros “saben cosas que nosotros ignoramos porque ven el mundo” desde un punto de vista diferente.

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Todo eso se fue entrelazando en su inconsciente para crear a Lucía, “una mujer-pájaro, con dominio sobre su vida pero con problemas para socializar, sola, bondadosa e ingenua en un mundo donde no hay espacio para la bondad y la ingenuidad”. Desde la primera página, además, se desvela que está construida a base de opuestos (“falsa delgada”). “Todo remite a su contrario porque todo (nosotros, la realidad) está hecho a base de contrarios”. Lucía, cuya vida da un giro cuando escucha a María Callas por la rejilla del cuarto de baño, comparte con el escritor una relación indirecta con la música, porque a ninguno de los dos les gusta “salvo cuando la escucho a través de un tabique”. Después de haber imaginado esa escena, Millás lee el libreto de Turandot y descubre (otra coincidencia) que la historia le va a su protagonista “como un guante”. La princesa Turandot es también una mujer “que detesta a los hombres porque no han sabido leerla”.

Ese mismo día, antes de descubrirse llorando en el baño por culpa de Callas, Lucía ha sido despedida y ha conocido a un taxista con una peculiar teoría sobre lo real y lo imaginado. Y tras acordarse de su madre, a la que le robaron la vida el día que la niña cumplía diez años, decide que a ella no le va a pasar lo mismo, que va a tomar las riendas de su vida (en la forma del volante de un taxi) y va a recorrer las calles de Madrid (otro personaje más de la novela) escuchando Turandot y vestida y maquillada como su protagonista (porque ella es la verdadera princesa) hasta que encuentre a su amado, un antiguo vecino al que ha visto una sola vez y al que después perdió la pista.

“Lucía es heredera de Don Quijote, que amaba a una Dulcinea que no existía, y del amor romántico que viene de Petrarca, que idealizaba a la mujer, algo espantoso para la mujer”. Según Millás el amor es “un constructo cultural que hemos aprendido de las novelas y el cine, y somos hijos de ese modelo, que ahora está en cuestión porque provoca muchos destrozos”.

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Jesús Vigorra observó que Millás reduce cada vez más en sus novelas el número de personajes y los espacios en los que se mueven. “Soy escritor de medio aliento”, explicó el autor, “no escribo novelas de mil páginas porque no me da el aliento”, y reconoció que como lector le cuesta acabar novelas tan largas y que las abandona cuando siente “que ya me han dado todo lo que me tenían que dar”.

De su faceta periodística ha aprendido el valor de la “economía”, porque “siempre se puede ajustar un poco más”. Prefiere “la intensidad a la extensión” y recorta mucho en las reescrituras, “por lo menos la mitad”. Sobre las diferencias entre la literatura y el periodismo, cree que los separa “una frontera más retórica que real, ya que ambos trabajan con los mismos recursos. Si es una buena pieza periodística será literaria; yo por literatura entiendo precisión. La escritura es, más que un arte, un oficio”; lo escrito, aparte de bello, “debe funcionar”.

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Millás, cuyo género favorito es lo que llama articuento (que “indaga en lo que de misterioso hay en la vida cotidiana”), sostiene que “las novelas deben ser metáforas de la vida o no son nada”, aunque la narrativa tiene sus propias reglas. Por mucho anclaje que tengan en la realidad, las novelas (y cualquier relato, narrativo o periodístico) no son la realidad, sino una mera representación. Con sus ventajas y desventajas: “A la vida no le exigimos verosimilitud”, comentó antes de recomendar la lectura de Sapiens, de Yuval Noah Harari, donde leyó sobre la “revolución cognitiva” que hizo que los homínidos pasasen de intercambiar información sobre la realidad a hacerlo “sobre cosas que no existían”. Inventar conceptos como “patria o Dios hizo posible la cooperación entre individuos que no se conocían de nada. Nosotros venimos de ahí, somos hijos de la ficción. Y lo irreal influye en la vida mucho más que lo llamado real”.

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