Alejandro Palomas, ‘Un amor’ y las historias que son como “una cuchillada en el pecho”

El autor barcelonés ha presentado esta semana en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla su última novela, Premio Nadal 2018 y en la que sigue la historia de la familia a la que conocimos en ‘Una madre’ y ‘Un perro’.


por Susana C. Gómez (Twitter / Goodreads)

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Foto: Antonio Ruiz García

Más allá de los autores superventas, esos que todo lector conoce (y probablemente lea) y que hasta a los no lectores les suenan (puede que incluso recurran a ellos para solucionar algún regalo, navideño o no), hay toda una plétora de escritores que, pese a no ser conocidos por el gran público, cuentan con legiones de fieles seguidores que esperan con anhelo cada nuevo título suyo que aparece en las librerías y que lo devoran en cuanto cae en sus manos. El autor del que os hablamos hoy pertenece a este segundo grupo y, además, a un tercero, el de esos escritores cuya persona y cuyo trabajo despiertan el cariño de quienes los siguen.

Por fortuna para quienes no están familiarizados con los escritores no tan mediáticos, no tan ubicuos en las librerías, de vez en cuando los jurados de los grandes premios se fijan en ellos, reconocen su trabajo y, lo que es más importante, nos descubren a figuras interesantes a las que quizás nunca habríamos conocido.

Es el caso de Alejandro Palomas, galardonado el pasado enero con el Premio Nadal por su novela Un amor, que desde su llegada a las librerías figura entre los títulos más vendidos y que esta semana ha visitado la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla, donde ha comprobado de primera mano, como en todas las paradas de la gira de promoción del título, que cuenta con un fiel grupo de seguidores que le aprecian desde mucho antes del Nadal. Como él mismo explicó, sus tres pilares son los “bibliotecarios/as –aunque en mi caso más las bibliotecarias–; los libreros/as, y mi gente, la que me ha traído hasta aquí”.

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Foto: Antonio Ruiz García

Palomas (Barcelona, 1967), narrador, poeta y traductor, entre otras cosas, es un hombre tranquilo, sereno, al que el premio más antiguo de las letras españolas le produjo “satisfacción” pero no una alegría desmedida, en buena parte por ese “cristal” por el que se siente rodeado desde pequeño. “Todos somos la suma de las cosas que hemos sido antes, y aprendí a defenderme de la vida con ese cristal. Estoy muy cómodo ahí y desde ahí observo muy bien lo que hay fuera. Las cosas me tocan, pero no me tocan de verdad. He conseguido vivir en ese equilibrio, vadeando la vida, porque hay mucho dolor y también cosas bonitas, y sé que me desestabilizo muy rápido”.

En Un amor, Palomas sigue la historia de la familia que protagonizaba dos de sus novelas anteriores, Una madre y Un perro. “Cuando terminé Un perro sentí que no había terminado con ellos, tenía curiosidad por saber más”, explicó a preguntas de Ana Mercedes Cano, que condujo la presentación, “intuía que sería difícil y arriesgado, pero me gusta el desafío; si no la vida es muy aburrida”. Pero las dificultades pronto se disiparon: “En cuanto me puse a escribir supe que iba a ir bien”, según el barcelonés, que cuando no tiene esa sensación rompe todo lo que lleve escrito y empieza de cero, aunque, como en cierta ocasión, vaya por la página 120.

Proceso creativo

Sobre su proceso creativo, Palomas, que escribe también ficción juvenil (considera que sus novelas juveniles son también de adultos y obtuvo en 2016 el Premio Nacional de Literatura Juvenil con Un hijo), dedica unos 11 meses a cada libro. Los siete primeros son de “trabajo inconsciente, sin tomar notas ni nada, es como una tormenta que empieza a girar en mi cabeza, empiezo a oler la novela. Después la tormenta se forma y cuando toca tierra voy al teclado, en el que estoy como mucho cuatro meses”.

Al catalán no le interesa la literatura “pensada”, que va directamente a la “cabeza”. Lo que busca como lector y trata de conseguir como escritor es “una cuchillada en el pecho”. “Yo soy lo que hago”, dice, “no hay demasiado filtro” entre él y su obra y, en cambio, hay otros muchos autores “que no son lo que hacen, en los que hay una especie de foso de caimanes entre quienes son y las novelas que entregan”. Para Palomas, “lo más importante es el espacio en blanco, el interlineado. Si hay demasiadas defensas, no me interesa”. ¿Y cómo saber que ha llegado el momento de sentarse a escribir? “No lo pienso, lo interiorizo, siento que ya está, que la temperatura del horno es la ideal, pero no sé qué pastel va a salir. Por eso tengo que escribir, para saber qué va a salir”.

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Foto: Antonio Ruiz García

Admite que es un método complicado, sobre todo “a medida que te haces mayor, porque la mente funciona de otra manera”, pero por ahora le va bien  eso de “confiar y tener fe en que va a salir. Es más aburrido si ya lo tienes todo en la cabeza”. En esos cuatro meses de teclado, Palomas escribe a todas horas, salvo visitas al gimnasio, algún paseo por el bosque y un par de horas diarias de tiro con arco. Y no tiene demasiadas manías, salvo que necesita un amplio suministro de frutos secos crudos, mucha fruta (en especial fresas y frutas del bosque) y, por supuesto, “saber que nadie me va a molestar”.

Lo primero que escribe es el título, salvo en el caso de Una madre. Hace ya tiempo que abandonó los títulos poéticos de sus primeras obras, porque cree que “la poesía tiene que estar dentro, como en la gente”. Y sus trabajos no necesitan correcciones, no va revisando a cada paso y rehaciendo sobre la marcha: “Soy hiperexigente conmigo mismo”, mientras va escribiendo, “y releo una sola vez, al final. Detecto lo que está mal, lo corrijo y lo entrego”.

El alma de los personajes

Tanto para la creación de Amalia, la protagonista de esta trilogía, como del resto de personajes, Palomas se implica “muchísimo en lo que hago, y lo que me importa es el alma de los personajes. Me dejo la piel ahí dentro, y siempre corro el riesgo de quedarme demasiado y no poder salir”. Precisamente esa preocupación por el alma de sus personajes es lo que le inquieta de una posible adaptación de esta serie de novelas a la televisión, donde “desaparecería una buena parte de la magia, porque cada lector tiene en mente a su propia Amalia”. Sí está, en cambio, trabajando en el guión de la adaptación de Un hijo, a petición del productor del proyecto, que le dijo que el personaje “necesitaba tener su alma”.

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Foto: Antonio Ruiz García

La cuestión de las traslaciones a la pantalla suscitó en el autor una reflexión sobre lo que llama “la cara B del Nadal”, además de la larga promoción, que le permite tener contacto con sus lectores pero no deja de ser un trabajo cansado: “Ahora todo el mundo quiere muchas cosas de mí, y me da pena que la sociedad funcione así. Hay que saber muy bien con quién haces las cosas, y sin prisa. Yo ya no tengo prisa porque me he equivocado muchas veces. Antes era muy controlador, pero ya no”.

Escribir como terapia

Del mismo modo que no le gustan las obras muy “pensadas”, tampoco le gustan los escritores que usan sus obras para hacer “terapia”: “Yo llevo a cabo mucho trabajo personal antes de escribir, nunca utilizo mis novelas para hacer terapia, porque lo considero una estafa al lector. Tienes que ir con la terapia ya hecha”. Tal vez eso tenga que ver con su miedo a “caer en el melodrama, aunque a veces el melodrama me gusta”. Otro de sus temores es que sus novelas envejezcan mal. Por eso evita anclajes explícitos a la actualidad y localizaciones, lo que además facilita la traducción a otros idiomas.

El catalán pasó de puntillas por la situación en su región, porque dijera lo que dijese seguro que alguien se ofendería, pero sí admitió que “ser catalán en este momento es muy difícil” y manifestó que “no existe eso de ‘los catalanes’, como tampoco existen ‘los andaluces’; hay mucha variedad en todas partes”.

Las mujeres, “maltratadas en el mundo literario”

Palomas prometió regresar a Sevilla en otoño para presentar su próximo poemario, que verá la luz en la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara, y lamentó que las mujeres hayan sido siempre “muy maltratadas en el mundo literario”. Por eso, dijo, dedicó su Nadal a Carmen Kurtz y Carmen Laforet, primero porque con demasiada frecuencia sus compañeros de profesión citan como referentes sólo a hombres y segundo porque “nadie se acuerda de los autores que leemos de niños, que son los que nos modelan, los que nos hacen lectores. Cuando era pequeñito Carmen Kurtz me salvó la vida, porque me enseñó que había un mundo que no era el mío. Ése es mi mundo, el resto son lecturas, autores que te han gustado más o menos”.

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Portadas, flores, familia

A su niñez remite también otro de los rasgos característicos de sus novelas, especialmente de la última: sus preciosas portadas, que desde Una madre escoge él mismo (con salvedades, porque la de Un perro no es exactamente como a él le habría gustado) y en las que las flores tienen un papel destacado. “Mi madre y mi abuela tenían una floristería y yo me crié entre flores. Pasaba las tardes allí con mi madre y mi abuela, escuchándolas hablar de mi padre y mi abuelo; probablemente cosas que no debería haber oído a esa edad. El de las flores es el olor de mi niñez, en la que fui muy feliz hasta los siete años, en un mundo que pensé que iba a durar para siempre. Cuando eso cambió fue mi primera toma de contacto con la realidad. Acababa un mundo y empezaba otro, que sería peor”. De esa familia se separó, pero no de forma definitiva: “He huido mucho de mi familia cuando era joven, para después volver”, y ahora su madre y sus hermanas son sus pilares, “las que me mantienen en equilibrio para poder escribir por ellas. Cuando no estén, no tendré motivos para seguir”.

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