Reseña: ‘Nunca me abandones’, de Kazuo Ishiguro
Hay quienes piensan que la ignorancia puede ser una bendición. Que es mejor no saber según qué cosas porque el peso de determinadas verdades podría aplastarnos. Eso defendía, por ejemplo, el protagonista de San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, que predicaba a sus feligreses sobre una vida eterna en la que no creía para que no cundiese en ellos la desesperanza. Como el propio escritor, este cura de pueblo decide creer en Dios, aunque haga tiempo que ha perdido la fe, porque la alternativa (que tras la muerte sólo haya vacío y olvido) sería demasiado insoportable. Otros, en cambio, piensan que lo verdaderamente insoportable sería que esto que llamamos vida no fuese, en realidad, más que una prueba, un periodo de prácticas en el que hacer méritos para la otra vida, la de verdad.
Nunca me abandones (2005), de Kazuo Ishiguro, no tiene que ver con la religión, pero tiene en común con la obra de Unamuno ese trasfondo sobre si es o no mejor saber el destino que nos aguarda, por muy horrible que sea. Si supone alguna diferencia que el camino hacia esa meta inevitable sea tortuoso o engañosamente edulcorado. Si merece la pena tener esperanza, aunque no haya ninguna razón para tenerla.
La sexta novela del último Premio Nobel habla también de los recuerdos, de lo que recordamos y cómo (consciente o inconscientemente) decidimos recordarlo, de lo que (queramos o no) olvidamos, de cómo quienes ya no están siguen viviendo mientras guardemos para ellos un lugar en nuestra memoria. Y también de oportunidades perdidas, de resignación, de arrepentimiento. Y de la amistad y el amor. Y, en suma, de la vida.
Con frecuencia las sinopsis, reseñas y críticas de Nunca me abandones obvian todo esto para centrarse en el tema (lo ideal, como en nuestro caso, es disfrutar de la obra sin tener ni idea de lo que en ella acontece), que lleva a catalogarla como una obra de ciencia-ficción (mejor ficción científica) con un toque distópico que, como ocurre con los buenos títulos del género, plantea un debate interesante y un escenario terrible pero no inconcebible quizás dentro de no demasiado tiempo.
Keira Knightley, Carey Mulligan y Andrew Garfield en la adaptación de la novela (2010).
Con todo, quedarse en la superficie y limitarse al mundo que sirve de marco a esta historia sería simplista e injusto, porque esta novela es mucho más. Por eso es preferible comenzar a leer la historia de la protagonista y narradora, Kathy H., sin saber nada, sin concepciones previas. El relato de los años que pasó en Hailsham, de los chicos y adultos que conoció allí, de Tommy y Ruth, de sus vidas en ese internado que no era exactamente un internado y de lo que les ocurrió después. Que sea ella, Kathy, quien poco a poco nos hable del tema. Por la misma razón que es mejor leer El cuento de la criada, de Margaret Atwood, sin saber más que lo que página a página nos va contando su protagonista.
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