Javier Sierra y Cristina López Barrio: el poder de las historias, el poder de las palabras
El fuego invisible de Javier Sierra y Niebla en Tánger de Cristina López Barrio son dos historias sobre la ficción, la creación y la inspiración unidas por el Premio Planeta y cuyos autores están estos días inmersos en un tour maratoniano para presentar por toda España sus novelas, ganadora y finalista, respectivamente, de la última edición del galardón.
La gira planetaria ha parado esta semana en Sevilla, donde los protagonistas de este roadtrip han repetido la apretada agenda que les aguarda en cada ciudad en la que desembarcan: entrevistas de televisión, radio, periódicos, sesiones de fotos y encuentros con los lectores (en Sevilla, presentados por Eva Díaz Pérez) y firmas de ejemplares que terminan bien entrada la noche y en las que uno y otra atienden hasta al último lector que guarda cola con la misma atención y el mismo afecto como si fuera el primero, no del día, sino de la gira. La experiencia, aunque agotadora, tiene sus recompensas: “Lo bonito del Planeta es el cariño que se recibe en todas partes, porque en cierto sentido son también los lectores los que reciben este premio”, en palabras de Sierra (que, todo sea dicho, ya era un novelista superventas, respetado y, sobre todo, querido, mucho antes del Planeta).
El jurado reunido en Barcelona el pasado octubre seleccionó la obra de uno de los nombres fijos año tras año en las quinielas –“siento haber matado la ilusión”, dijo–, tanto es así que solía recibir mensajes de apoyo cuando no lo ganaba. Hubiera o no presentado manuscrito. “Hasta mi madre ha llegado a decirme: ‘¿Otra vez has perdido el Planeta?”. El escritor cree que con el galardón sus progenitores, preocupados por él desde que con diez u once años se plantó ante su padre con un “quiero ser periodista y contar historias”, piensan “que esto está ya encarrilado”. Porque para sus padres, como para tantos otros padres, el periodismo o la escritura no eran profesiones de verdad, sino algo que la gente con trabajos reales hacía en sus ratos libres.
Tanto Sierra como López Barrio tratan en sus novelas de describir, de contarse y contarnos, de dónde viene la chispa creadora. En el caso del autor de La cena secreta, comenzó a trabajar en El fuego invisible poniéndose en la piel de “esos miles o decenas de miles de españoles que alguna vez han pensado en escribir un libro […] sintiendo su miedo y su preocupación, la dificultad para captar la luz, la inspiración para encauzar correctamente una historia”.
Y para llevar esa inquietud a la novela recurrió “a un viejo amigo: el Grial”. Aunque al hablar del legendario cáliz de la Última Cena lo hace “sin perder de vista por qué nos sigue fascinando: porque es un punto de intersección entre lo divino y lo humano”, en El fuego invisible el escritor y periodista aparca la mitología para centrarse en la historia de un término de nacimiento tan tardío como el siglo XII. Chrétien de Troyes, en Perceval o el cuento del Grial, fue el primero en acuñar el vocablo y “creó todo un mundo a partir de una palabra”.
Ese relato se funde con las leyendas griálicas de los Pirineos, con enigmáticas y poderosas obras de arte “pintadas no para ser vistas, sino para ser sentidas” y rescatadas del expolio de los ábsides de ciertas iglesias. Y todo ello converge en torno a David Salas, el protagonista de la novela, que al comenzar la narración parece tenerlo todo pero que tras un viaje a sus orígenes (que terminará convirtiéndose en una suerte de viaje del héroe) verá cómo se desmorona la falsa seguridad sobre la que ha construido su vida, cerrando siempre los ojos a las preguntas que jamás logró responder.
La primera, y principal, es la que plantea de niño el protagonista a su abuelo escritor. La misma a la que Sierra trataba de responder al empezar a trabajar en El fuego invisible para compartir el resultado de su búsqueda con sus lectores: “¿De dónde vienen las ideas?”.
Sin desvelar mucho más de la trama pasaremos de puntillas por algunos de los nombres que aparecen en la novela (y que el propio Sierra ya deslizó durante la presentación) y que han servido al novelista de ayuda para desenmarañar este misterio (menos “tangible” pero más importante que otros con los que ha lidiado en su carrera, según dijo), como Valle-Inclán (y su obra La lámpara maravillosa), Mark Twain (El forastero misterioso) e incluso la escritora espiritista sevillana Amalia Domingo Soler. “Ella sí que sabía de dónde venían sus ideas” para sus novelas: de los espíritus que hablaban con ella.
En el caso de Niebla en Tánger, la novela que firma la escritora (y abogada, aunque su verdadera vocación son las letras) madrileña Cristina López Barrio, también hay un misterio en torno a un libro, el que encuentra una mujer, Flora Gascón, al despertar de un encuentro amoroso casual en una habitación de hotel. El libro lleva por título Niebla en Tánger y está protagonizado por un individuo que se parece mucho, quizás demasiado, al hombre con el que acaba de estar y al que no tiene forma de localizar. Salvo por el libro, claro, su primera pista en el viaje que está a punto de iniciar.
Stefan Zweig o La decadencia de la mentira de Oscar Wilde son algunas de las obras que la autora mencionó como influencias durante la presentación en Sevilla. Sin embargo hay una que destaca sobre las demás: el relato Continuidad de los parques de Julio Cortázar, una ficción encadenada, “con un cuento dentro de otro cuento”, en el que se ha basado para “construir la arquitectura de la novela”.
Al igual que en la historia de su compañero de ruta estos días, también en Niebla en Tánger hay otro “viaje del héroe”, o heroína, que siguiendo la trama policiaca hallará mucho más de lo que inicialmente iba buscando, como le ha ocurrido a la propia novelista, para la que Tánger no es un mero escenario, sino “un personaje más”. Una ciudad que conoció con 20 años y que supuso su encuentro “con el mundo oriental, una puerta abierta a la fantasía que nos fascina” y a la que ha regresado dos décadas después para dejarse atrapar de nuevo por esa ciudad de “tres religiones y tres culturas, su folclore, sus mitos, las mujeres cuentacuentos del Rif, los bereberes…”. Un “viaje emocional” en el que la autora acompaña a su protagonista y nos lleva a nosotros con ella.
La ciudad norteafricana es para los personajes de López Barrio algo parecido a lo que los Pirineos del siglo XII suponen para el David Salas de El fuego invisible, “un mundo fronterizo”, según Sierra, al que se acercan los personajes en busca de respuestas: “La incertidumbre siempre está en los umbrales, y te tienes que acercar a la incertidumbre para encontrar respuestas”.
Y sabe bien de lo que habla, pues ha dedicado buena parte de su trayectoria periodística a buscar esas respuestas en un campo profesional a veces ingrato que llamamos misterio y que Sierra se ha esforzado desde hace muchos años por abordar de forma seria, con un estilo personal y eficaz en el que combina su talento comunicativo con su afán didáctico y su maestría para narrar historias que envuelven tanto a quienes las oyen como a quienes las leen. Y no piensa por ahora dar la espalda a ese mundo, le pese a quien le pese. “Siempre ha habido y habrá dogmáticos (religiosos, científicos…) a los que les moleste que haya gente haciendo preguntas. Pero es el misterio el que nos hace avanzar”, el deseo de responder interrogantes tan complejos y tan humanos como el que dio origen, hace cinco mil años, al mismísimo Poema de Gilgamesh: “¿Por qué nos morimos?”.
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