¿Descifrado el secreto del ‘Manuscrito Voynich’? Probablemente no

Estás a punto de adentrarte, oh, querido lector, en una historia contada en tres actos que comienza con el misterio que envuelve a uno de los libros más herméticos y fascinantes de la Historia, continúa con la aparente resolución de dicho misterio y termina con un giro sorprendente en el tercer (y por ahora último) acto. La resolución no fue tal, ni la investigación tan concienzuda, ni sus conclusiones tan bien ponderadas. Como en las comedias clásicas, también aquí la transgresión ha sido silenciada y se ha restaurado el orden natural de las cosas. El mundo sigue girando, la noche sucede al día y el Manuscrito Voynich vuelve a cubrirse con su velo de misterio.

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Historia y misterio

Cuando se habla o escribe sobre el Manuscrito Voynich, se lo suele describir como el libro más misterioso del mundo. Hasta ahora, o eso parece, nadie, ni expertos académicos ni legos, había conseguido entender ni descodificar qué significado se oculta en sus páginas. El volumen heredó su nombre de Wilfrid Michael Voynich, el librero y coleccionista polaco que lo redescubrió y compró junto con otros escritos medievales en Villa Mondragone, un antiguo colegio jesuita a las afueras de Roma; posteriormente lo desveló al público en 1912 para ser acogido con gran fascinación y, también, recelo académico. De hecho, el librero fue acusado en numerosas ocasiones de haberlo falsificado, dada su extrema rareza, pero estas acusaciones se diluyeron cuando la prueba del carbono fechó su creación en la Italia del siglo XV, entre 1404 y 1438.

Cuando Voynich compró el libro, venía acompañado de una carta en la que se afirmaba que anteriormente había pertenecido al Emperador Rodolfo II del Sacro Imperio Romano Germánico, coleccionista de libros raros y objetos mágicos, que lo compró por 600 ducados en lo que algunos investigadores han calificado como una estafa. En la carta también se mencionaba un posible autor del libro, concretamente el alquimista y filósofo natural isabelino Roger Bacon. Tras esto, el manuscrito se movió por Praga y alrededores durante unos años en los que ya se especulaba que era un documento médico; finalmente desapareció sin dejar rastro hacia 1670. Justo hasta que Voynich se topó con él en una villa romana.

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Wilfrid Michael Voynich. Foto: Alamy

Tras encontrarlo e intentar descifrarlo, Voynich trató de venderlo en varias ocasiones, pero nunca lo consiguió y el documento permaneció durante 30 años guardado en la cámara acorazada de un banco. No fue hasta 1961 que Anne Nill, antigua secretaria de Voynich, vendió el manuscrito a Hans Peter Kraus, comerciante especializado en libros raros que, a pesar de su especialización, tampoco consiguió vender el volumen. Finalmente, en 1969, Kraus donó el Voynich a la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale, donde reside desde entonces. En la misma universidad se encuentran copias facsímil del libro para la consulta de los investigadores. Además, la institución ha escaneado sus páginas y las ha publicado en su web para que todos podamos acceder (y descargar en PDF) a la enigmática obra. 

Y si algún lanzado lector o coleccionista tuviera el deseo de tener una copia física del libro, puede hacerlo realidad gracias a la editorial burgalesa Siloé, especializada en facsímiles y que en 2016 consiguió los derechos para clonar y vender el Voynich. Eso sí, para hacerse con una de las 898 copias exactas del libro que editará Siloé el comprador deberá desembolsar entre 6.000 y 8.000 euros. Para los que tengan menos posibles, existen copias más humildes, menos perfectas y mucho más económicas, como ésta editada por Raymond Clemens o esta otra, firmada por Gerry Kennedy y Rob Churchill.

Hasta ahora se creía que el documento estaba escrito en un código arcano tan hermético que en el empeño por descifrarlo han fracasado los mejores investigadores científicos e, incluso, especialistas en romper códigos militares de las dos guerras mundiales. Es el caso de William Friedman, que fue el responsable de acceder al cifrado Púrpura usado por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. 

Tan extraño es el texto que a lo largo de los años han aparecido multitud de teorías a cual más extravagante: que se trata de un tratado de magia negra, un trabajo de juventud de Leonardo da Vinci, que fue enviado por alguna extraña civilización extraterrestre o que, incluso, esconde ciertos rituales de suicidio por exanguinación propios de los cátaros o un culto a la diosa Isis o, por qué no, una descomunal broma instrumentada para solaz de su creador medieval. Incluso ha servido para crear algún libro y la composición de una sinfonía inspirada en sus ilustraciones. 

Descubrimiento y duda

Pero el misterio ha terminado, o eso sostiene el ahora discutido Nicholas Gibbs, un investigador y escritor británico especializado en realizar guiones para programas de televisión. Según él, lo que se creía indescifrable en realidad podría no serlo tanto: lo que se presumía un misterio profundo que, quizás, hablaba de un futuro incierto para la humanidad puede no ser más que algo tan mundano y prosaico como una guía para la higiene y salud ginecológica de la mujer.

Para Gibbs, el principal problema a la hora de entender el manuscrito era que los investigadores anteriores asumían desde un principio que estaba escrito en código. En su opinión, un error, porque “ninguno de los criptógrafos era historiador; ninguno conocía los manuscritos medievales”, publicó Gibbs en su trabajo Voynich manuscript: the solution (El manuscrito Voynich: la solución), un título que, a tenor del revuelo formado, le ha quedado demasiado grande. El estudio ha aparecido en las páginas del veterano y prestigioso Suplemento Literario del diario The Times, algo que ha causado perplejidad a más de un experto en estos temas.

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En su aproximación al Voynich, Gibbs observó que sus misteriosas escrituras se asemejaban mucho, aunque de forma peculiar, a un formato de texto latino abreviado conocido y común entre los estudiosos y escribas de la época. Gibbs, incluso, llega a traducir, o eso afirma, un par de líneas del texto, que es casi lo único que ofrece para probar que ha descifrado el enigma. Pero para comprender totalmente el volumen debía también entender qué significaban las abundantes ilustraciones de sus 246 páginas en conjunción con las líneas supuestamente traducidas.

Al observarlo, casi se podría decir que el Voynich es una miscelánea, una recopilación temática cuasi aleatoria, un tratado que pretende llevar a alguna parte, no se sabe muy bien cuál, aunque su estructura dibuja unas cuatro secciones diferenciadas. Muestra, nada más abrirlo y pasar algunas de sus páginas, un texto profuso de hermosa caligrafía redondeada, en un estilo, diríase, puramente medieval. El problema con este texto es que no parece estar escrito en una lengua conocida sino que, más bien, asemeja ser un idioma completamente inventado al efecto. Una vez el lector se libra del hipnotismo creado por las inflexiones de la escritura, rápidamente llaman su atención unas hermosas ilustraciones de plantas exóticas cuya apariencia y naturaleza también escapa a cualquier intento de catalogación conocido (se ha constatado, eso sí, que el cannabis y el opio pueden estar bien representados); como el idioma del texto, muchas parecen inventadas o, directamente, irreales aunque plausibles.

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Para seguir aumentando el desconcierto, a la botánica le sigue la astrología o astronomía con la representación de cartas estelares circulares decoradas con miniaturas de mujeres desnudas que muestran diversas estrellas y constelaciones sin aparente conexión con nada conocido ni con el resto del manuscrito, aunque algunos investigadores señalan que se trataría de algún tipo de tratado que intentara relacionar los movimientos estelares con la naturaleza curativa de las plantas. Este contenido astrológico no es raro, ya que es similar al de otros textos coetáneos del Voynich dedicados a temas zodiacales.

La teoría botánico-sanitaria parece reforzarse con las siguientes secciones del manuscrito. En la primera aparecen multitud de mujeres desnudas bañándose en entornos de compleja elaboración hidráulica, con entreveradas tuberías y tinas llenas de un líquido verdoso; este tipo de hidroterapia es conocido por haber sido indicado a las mujeres como método terapéutico en medicina ginecológica desde tiempo casi inmemorial. La ausencia de hombres hizo sospechar en su momento al investigador Stephen Skinner, experto en manuscritos medievales, que nos encontrábamos ante la obra farmacológica de un médico judío del norte de Italia. Según Skinner, este tipo de baños medicinales comunales con la presencia únicamente de mujeres sólo se daba en aquella época entre los judíos ortodoxos y recibía por nombre mikvah. Esta explicación ha sido siempre rechazada de plano por la mayoría de estudiosos, aunque no del todo por Nicholas Gibbs.    

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Así, Gibbs encontró similitudes entre el contenido del Voynich y otros escritos medievales, sobre todo los bien conocidos tratados médicos El Trotula y De Baelnis Puteolanis, de los que plagiaba imágenes y textos, algo bastante común en la época. Estos parecidos llevaron a Gibbs a la conclusión de que se encontraba ante un documento médico-farmaceútico de algún tipo en el que, incluso, se podían encontrar secciones que asemejaban recetarios o prescripciones con la herboristería como base. Si a esto se suman las imágenes de mujeres en baños antes descritas y su significación aparentemente conocida, la hipótesis de que se hallaba ante un manuscrito médico dedicado en su mayoría a la salud de la mujer cobraba mucha más fuerza. Además, aseguró Gibbs como conclusión, el documento no fue elaborado por un único escriba, sino que fue pergeñado posiblemente por un equipo, a sueldo de alguien pudiente, que reunió o plagió desde otros escritos más o menos conocidos de la época los contenidos del manuscrito Voynich.

Refutación y vuelta al comienzo

Hasta aquí, todo correcto. La polémica ha surgido al poco de publicar Gibbs sus deducciones, ya que una serie de académicos han mostrado un poco disimulado escepticismo y han puesto en duda sus planteamientos y conclusiones. Además, estos eruditos han destacado que Gibbs, en realidad, no aporta mucho de original a su trabajo ya que, por ejemplo, la conclusión de que el Voynich es un tratado sobre higiene y salud femenina era algo que ya se había propuesto por otros estudiosos del tema. Pero la base principal de las objeciones vertidas está centrada en el asunto de la interpretación y traducción del texto y la asunción de que está escrito en una suerte de abreviaturas en latín, tal como mencionamos más arriba. 

Para esta interpretación y explicación, Gibbs basa sus hipótesis en la supuesta existencia de un índice ahora perdido, al igual que otras varias páginas, que serviría para descodificar las abreviaturas y transformarlas en algo legible, algo que afirma sin tener evidencias reales que lo prueben. Por ejemplo, Gibbs relaciona las abreviaturas encontradas con los nombres de plantas que encontró en el listado botánico Herbarium Apuleius Platonicus, pero sin mencionar, como apostilla Josephine Livingstone, que en el Voynich no aparece ni un nombre de planta, lo que Gibbs justifica, como hemos dicho, por las páginas perdidas del libro.  

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Con respecto a las abreviaturas, la doctora Lisa Fagin Davis, directora de la Academia Medieval de América, se mostró sorprendida de que el Suplemento Literario del Times publicara el trabajo y opinó que las traducciones al latín que Gibbs hace de las abreviaturas no se sostienen y que “no son gramaticalmente correctas. No dan un resultado que tenga sentido en latín”. También, John Overholt, conservador de libros modernos antiguos de la Biblioteca Houghton de Harvard, mostró sus reticencias a través de Twitter al afirmar sencillamente que “no iban a tragarse esta cosa del Voynich, refiriéndose al trabajo de Gibbs. A Overholt se unió la medievalista Kate Wiles, que centró sus objeciones, como Lisa Fagin, en “su interpretación [de Gibbs] de las abreviaturas”.  

Para completar el descrédito, Annalee Davis señala en un artículo al respecto en Ars Technica que Gibbs menciona en su publicación para el Times que la investigación la hizo para una cadena de televisión sin especificar, por lo que sospecha que la intención de Gibbs no era otra que vender un guión para un programa televisivo sobre el manuscrito. Como señala la escritora Josephine Livingstone en The New Yorker, esta clase de noticias y rumores sobre el Voynich son abundantes y suelen tener una vida tan efímera como divertida y humillante para el difusor, sobre todo en la época en la que cámaras de resonancia como Twitter y otras redes sociales contribuyen a una difusión vertiginosa de cualquier tema y, también, a su desaparición con igual celeridad. Por ejemplo, en el caso del estudio de Nicholas Gibbs, todo se ha disuelto en unos meros dos o tres días.

En definitiva, lo único que podemos afirmar con certeza es que el misterio del Manuscrito Voynich sigue vivo (junto con la fascinación que produce, sea o no auténtico o una sofisticada falsificación) y se asemeja a un callejón sin salida cíclico en el que todo avance acaba, casi invariablemente, de vuelta al principio del enigma. Y, posiblemente, sus secretos, por muy mundanos que sean, seguirán vivos durante mucho tiempo a pesar del lento progreso de académicos y estudiosos.

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