Mr. Darcy y el comercio de esclavos

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Fitzwilliam Darcy, el icónico héroe romántico de la novela de Jane Austen Orgullo y Prejuicio, debe su fortuna, sus tierras y su mansión, Pemberley, a la esclavitud. Y su amigo Bingley también. Eso es al menos lo que asegura la escritora inglesa Joanna Trollope, que en el Festival Literario de Dubai ha dicho que Darcy dispone de tanto tiempo libre para ir de acá para allá con Bingley porque el comercio de esclavos les proporciona medios suficientes para sufragar su ocio.

“Why does Mr Bingley in Pride and Prejudice have all this leisure to sort of drift between Netherfield and London? He is a young man with means because of the slave trade. The slave trade is lightly touched upon in several of the novels but not very heavily. What built Pemberley? Pemberley was built, one imagines, on proceeds of the coal mines in Derbyshire. What was the life of an 18th century miner like? Not much fun”.

Trollope, que publicó hace un par de años una versión actualizada de Sentido y Sensibilidad, no ocultó durante su intervención en Dubai su disgusto por el hecho de que se destaque siempre la cara más amable de las obras de Austen y se obvie la oscura sombra que casi todas ellas comparten: no se habla de cómo se ganan la vida los protagonistas porque lo hacen gracias al trabajo de sus esclavos, un tema sólo “mencionado de pasada en algunas de las novelas”.

Pride and Prejudice

No es la primera vez que se habla de Jane Austen y la esclavitud. Ya lo hizo en los 90 el intelectual y teórico literario Edward W. Said en su obra Cultura e Imperialismo. Dicho volumen, una especie de continuación de su celebrado Orientalismo, analizaba obras como El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, Kim de Rudyard Kipling o Mansfield Park de Jane Austen, entre otras, para defender su tesis de que la literatura británica había contribuido decisivamente a la legitimación moral del imperialismo británico. Para Said, tan importante para la expansión colonialista era el éxito efectivo de las expediciones y su asentamiento en territorios extranjeros como convencer, tanto a los colonizados como a los que estaban en casa, de que dicha imposición era moralmente justa y beneficiosa para ambas partes (colonizador y colonizado).

Para demostrar el papel que la creación artística juega en esa empresa, Said toma unas cuantas obras y las comenta desde una perspectiva postcolonial, es decir, juzgándolas con los valores morales de finales del siglo XX.

Puede que el peor parado del volumen sea Conrad, pero con Austen no es mucho más benévolo. Las actividades empresariales de uno de los personajes de la novela, Sir Thomas Bertram, que tiene una plantación en el Caribe, sirven a Austen para establecer un paralelismo entre dicha plantación y la casa donde se desarrolla la acción, la Mansfield Park del título. Said aprovecha la mención de la plantación para recriminar a Austen que no aborde de forma más abierta que dichas plantaciones eran sostenidas con esclavos y que no aprovechase para denunciar la esclavitud y el comercio con seres humanos. Aunque Said dice que eso no merma la calidad de esta obra ni del resto de la producción de Austen y admite que tampoco puede pretenderse encontrar en sus novelas el encendido discurso de un abolicionista, el daño ya estaba hecho y la duda sobre la autora como contribuyente al ideario imperialista británico, sembrada.

La verdad es que esperar algo parecido en la obra de una mujer que escribía casi a escondidas, en una habitación con una puerta especialmente ruidosa que le servía de aviso para guardar papeles y pluma es, cuanto menos, curioso. Ni que decir tiene que en estas dos últimas décadas han sido muchos los que han rebatido las tesis de Said.

Ahora, dos décadas después, parece que Trollope se apunta a esos postulados y atribuye a la esclavitud la fortuna del personaje masculino más popular y querido de Jane Austen. Lo cierto es que en la novela sólo se dice de su situación económica que cuenta con una abundante renta anual, sin especificar su origen. Teniendo en cuenta que la familia Darcy dispone de numerosas tierras, sería lógico pensar que es de ahí de donde provienen esas rentas. Trollope prefiere, sin embargo, atribuirlas a algo más turbio.

O buscaba titulares o sólo pretendía entretener a los asistentes a su charla, ante los que, tras llamar esclavista a Darcy, no dudó en criticar la adaptación de Orgullo y Prejuicio que firmó Andrew Davies en 1995 para la BBC, en especial la “infame secuencia del lago”:

“She also blamed Andrew Davies’ BBC adaptation of Pride and Prejudice for sparking an obsession with Mr Darcy with the infamous scene by the lake, which did not exist in the book. The real Mr Darcy was ‘stiff-necked and painfully shy’ with ‘not much humour’, said Ms Trollope”.

Tal vez sea ésa la razón de las acusaciones contra Darcy, combatir esa “obsesión” por el personaje nacida de la “infame secuencia” en cuestión. Porque, claro, eso es lo único destacable de la serie, ¿verdad? No hay nada más que explique por qué le gusta Darcy al público, al que, por cierto, ya le gustaba antes de Colin Firth. Y le seguirá gustando, no importa cuantas sombras quieran añadirle ni los críticos ni autores que no son su creadora.

En honor a la señora Trollope, os dejamos con la “infame secuencia del lago”:


Actualización: Como nos apunta Isilorowen Ilmare en Facebook, siguiendo este artículo de Deborah Yaffe, es a Bingley a quien Trollope acusa explícitamente de esclavista. La acusación contra Darcy es más sutil (aunque los medios que hemos recogido la hayan llevado a los titulares). 

Además, nos olvidamos de citar este otro extracto, bastante explícito, de las palabras de Trollope que parafraseamos más arriba:

“In her novels, nobody works because the unspoken backdrop was the great commodity of the late 18th and early 19th century was sugar, which is not a million miles away from slavery”.

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